¿Cómo lograrías domesticar al lobo?
¿De dónde venía ese deseo de abrir sus fauces calientes e insertar allí tu cabeza dejando la lengua áspera contra tu mejilla, el colmillo más puntiagudo en tu ojo?
Era necesario rascar detrás de sus orejas
Traerle leche fresca cuando era cachorro
Ponerle un nombre común
Aprender su idioma mudo y el aullido
Era necesario aprender el aullido
Reconocer la circunferencia preñada de la luna
Y correr
Sintiendo
el viento en cada vello de tu cuerpo
la elástica multiplicidad de tus músculos abriéndose a la aventura.
Quedar exhausta
Y dejar tu larga melena oscura-turbia, revuelta y enredada, olorosa
a tierra,
a musgo,
al crujir de las hojas anaranjadas del otoño,
a las raíces descubiertas del gran árbol,
al cielo abierto
y a todo lo que nunca se domestica.